Según Gimeno Sacristán '"el curriculum debe constituir un dispositivo de diálogo, reflexión, investigación, teorización y mejora, en constante proceso de construcción y reconstrucción que involucra tanto el diseño como el desarrollo".
La escuela ha tenido siempre un objetivo claro, la incorporación de las personas a la vida en sociedad y al mundo del trabajo. Hoy en día, la cambiante estructura laboral de nuestra sociedad hace que se rompa la relación título-trabajo. Un diploma no garantiza un puesto de trabajo.
Partiendo de un curriculum basado en contenidos, podemos constatar la siguiente realidad: que los alumnos salgan de la escuela con un bagaje de ideas previas, experiencias y conocimientos, no garantiza que éstos sean capaces de transferirlos a las nuevas situaciones que se suceden en el variable mercado laboral.
Debemos pues apostar por una escuela que enseñe a pensar, a sentir, a actuar. Que dote a los alumnos de estrategias para incorporar conocimientos toda la vida, desarrollando así un potencial de aprendizaje y adaptación que les convierta en ciudadanos proactivos. Pasar del academicismo en el que históricamente se ha acomodado nuestro sistema educativo a una enseñanza focalizada en el desarrollo y fortalecimiento de competencias cognitivas y sociales de los alumnos supone una transformación tanto en la organización institucional, como en el diseño curricular, las propuestas de tareas...
Hago un pequeño inciso para explicar qué entendemos por competencia: 'es la capacidad o habilidad de efectuar tareas o hacer frente a situaciones diversas de forma eficaz en un contexto determinado para el que hace falta movilizar actitudes, habilidades y conocimientos al mismo tiempo y de forma interrelacionada'.
La escuela deberá así considerar aspectos fundamentales, tales como generar estrategias que amplíen las habilidades de los alumnos para el diálogo, la escucha, la argumentación, la comprensión de otros puntos de vista, el respeto..., herramientas que le capacitarán tanto para comprender y analizar el contexto en el que están inmersos como para desarrollar un pensamiento reflexivo y crítico. Eso supone una reorientación del curriculum, que debemos entender como una realidad interactiva, como un plan de hipótesis de trabajo donde se proyectan las líneas que definen la función de la escuela. Un proyecto social, cultural, educativo, flexible y abierto, que promueva el desarrollo de los intereses de los alumnos y sus capacidades potenciales. Entendiendo como flexible, un curriculum que deberá formar parte de un diálogo entre todos los miembros de la comunidad educativa, adaptándose a las características y condiciones de cada centro, de forma que éstos sean capaces de gestionar sus propios recursos y desarrollar sus propios proyectos.
Un curriculum integrado, con un aprendizaje situado, reorientado hacia tareas contextualizadas. Las tareas mediatizan la absorción que del curriculum realizan nuestros alumnos, de ahí la importancia de un buen diseño de las mismas. Y en cuanto a la función del maestro como orientador del aprendizaje, éste deberá no sólo partir de los intereses del niño, deberá también generar intereses. Alumnos y docentes con un papel claro: el de sujetos deseosos de descubrir y comprender la realidad social, cultural, tecnológica..., sujetos capaces de construir activamente su educación.
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