Los valores siempre comienzan con mucha confianza y fuerza en los programas educativos. Técnicas pedagógicas como la “asamblea”, la “silla de pensar” o “qué hemos hecho hoy”, al final de la jornada, profundizan en la necesidad de una identidad autocrítica y una disciplina basada, entre otras cosas, en el respeto hacia los demás.
Supongo que todos habéis oído hablar alguna vez de “la silla de pensar”. Y, probablemente, la mayoría de vosotros tenéis en el aula algo cuya función es similar. Me gustaría dedicar unas líneas a explicar el origen de este concepto y el por qué es frecuente que las encontremos en las aulas de los Centros educativos, tanto a nivel de Infantil como de Primaria. Cuando un niño o una niña no es capaz de mantenerse en silencio, o de prestar atención cuando habla un compañero/a o el maestro/a, cuando pega a un compañero/a o se comporta continuamente de forma inadecuada, casi automáticamente le enviamos al rincón de pensar, pero… ¡no es un castigo! Y, digo automáticamente, porque lo primero que tratamos de lograr al hacerlo es que esté tranquilo/a un tiempo limitado y, por regla general, no muy largo, el suficiente para que sea eficaz. Allí, le decimos que piense en lo que ha hecho con la finalidad de que se pare a recapacitar, que él mismo piense si lo que ha hecho es correcto o no, a que sea capaz de darse cuenta de lo que es adecuado y de lo que no. Dejamos pasar un rato, nos dirigimos al niño o la niña y le preguntamos si ha llegado a alguna conclusión. Normalmente contestan: “Ya no lo voy a hacer más”.
Pero, haciendo un breve estudio y buscando información, supe que la base de este rincón, el origen, es ajeno a esta idea que se tiene hoy en día. El rincón de pensar surgió como un lugar donde recapacitar, pensar, sacar ideas, reflexionar. No sobre lo mal que uno se había comportado, sino sobre cualquier actividad que se estuviera llevando a cabo en la clase. En este sentido, el “rincón de pensar”, más allá que como mero “castigo momentáneo”, surgió para eso, para pensar. Así, cuando realizamos en clase una actividad que a un alumno/a le puede resultar más difícil, podemos pedirle que acuda a esta zona de la clase para hallar una solución. Pensemos, por ejemplo, en un juego que desarrollamos en el rincón de los experimentos, el de matemáticas o el de la naturaleza, entre otros, en el que le planteamos a los niños/as un problema o una situación a la que hay que buscarle una solución. Con el fin de que reflexionen acerca del porqué de este proceso, pueden dirigirse al rincón o sentarse en las sillas de pensar, y recapacitar sobre ello, buscar soluciones, tomar iniciativas al respecto.
Con esta base, cuando tienen un comportamiento inadecuado, el pensar en este rincón tiene una razón de ser, no resulta absurdo, no es un castigo, (“el ponerlos a pensar no es castigarlos”) pues saben hacerlo, están acostumbrados a ello. Ya no es un lugar donde van solo y exclusivamente cuando se comportan mal, sino que se transforma en un lugar de verdadera reflexión, lo que les permitirá tener un mayor y mejor conocimiento de sí mismo, contribuyendo así a que adquieran una imagen positiva de sí mismos, y a que construyan su propia identidad y autoconcepto de forma positiva a través del conocimiento y la valoración de sus características y valores personales.
Hoy, sin embargo, este importante rincón ha quedado reducido, en la mayoría de las ocasiones, a un lugar similar a la “silla del aburrimiento”, donde los alumnos y alumnas, lejos de recapacitar, de pensar en sus actitudes, de valorar lo que han hecho, simplemente, descansan de sus pequeñas travesuras, y piensan, eso sí, en no volver a hacerlo para que no les volvamos a castigar.
Ojalá se vuelva a recuperar el verdadero sentido de este espacio, tan importante para la educación de nuestros alumnos y alumnas sin quitarle el verdadero sentido, inculcando una ética que haga confortable el ambiente del aula, en particular, y del Centro, en general. Y, por supuesto, sin llegar a opinar que “hoy en día el pensar se convierte en un castigo”, sino en la oportunidad que se les brinda a los niños y niñas a poder, por sí solos, valorar diferentes situaciones y acciones, evitando una “verdadera sanción”.
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